miércoles, 15 de febrero de 2017

Gollum, la histeria colectiva y el cacao

Ayer recibí en la oficina un total de cinco chocolates. Me los comí todos y me sentí un poco culpable. No por cuestiones de calorías y esas cosas, ya que soy flaco como Gollum; sino porque sé que la producción de cacao está condenada por el cambio climático, y que muy probablemente en unos años el chocolate sea un bien de lujo e inaccesible para mí, ya que también soy pobre como Gollum.

Yo, 2051.

Y es que ayer (febrero 14), en la oficina todo fue un horrendo derramamiento de miel. No tengo problemas con que la gente quiera regalarse flores, globos y osos de peluche de 3 metros cúbicos (siempre y cuando no se los lleven ocupando espacio en el camión). Al fin y al cabo, se trata del “día del amor y la amistad”, en el que básicamente celebramos que tenemos a alguien con quien follar, y le regalamos cosas. O como premio de consolación, celebramos que al menos tenemos amigos con quienes quejarnos de no tener con quien follar, y nos regalamos cerveza. Los más osados le regalan cosas a quien se quieren follar, aunque ellos por lo regular no celebran nada.

Tampoco estoy en contra de ponernos contentos por este motivo. El sexo es, al mismo tiempo, una necesidad fisiológica y una excelente actividad recreativa, y el día de san Valentín les sirve a muchos casados como excusa para no tener otro año sin sexo. 


"Espera, me duele el estómago por tanto chocolate.
Mejor lo dejamos para el otro año."

Oye, pero es el día del amor, y el amor no sólo se trata de sexo. Es convivencia, es sentimientos, es compartir tu vida. Claro. Pero bajo la fachada de “compartamos, convivamos y celebremos el bello sentimiento que es el amor” y afuera de cualquier motel, están las filas de cinco cuadras que no engañan a nadie. Más aún, esa fachada de celebración del “sentimiento”, con sus corazones, cupidos y chocolates, es un homenaje a lo irracional. Estoy convencido de que nuestro concepto de amor romántico es totalmente incompatible con la razón. Mi único problema está con la celebración del amor en su definición romántica.

El amor romántico implica muchas ideas irracionales, incluidas: La idea de que allá afuera, en algún lugar, está nuestra alma gemela; que la reconoceremos por pura intuición, por esa “sensación especial” que nos inundará a la hora que nuestras miradas se crucen, en un momento tan inesperado como mágico; que será para siempre, hasta que la muerte nos separe; que el sexo es su máxima expresión, y la infidelidad, una catástrofe; que al fin podremos ser nosotros mismos con esa persona; que amar implica conocer, y conocer implica básicamente adivinar los deseos del otro; que hay que sentirlo pero no tratar de entenderlo; que, si amas, hay que aceptar al otro con todas sus virtudes y defectos; que los niños son el fruto más puro y hermoso del amor; que, como almas gemelas y compatibles, el amor nos ayudará a superar todos los obstáculos, casi mágicamente; y que, si por algo no funcionan las cosas con esa persona, entonces no era tu alma gemela y tienes que seguir buscando a alguien más compatible.

Eso está muy alejado de la realidad que yo vivo. En esta realidad, uno tiene que probar y errar para encontrar un compañero o compañera (que casualmente suele ser de nuestra misma región y estrato social); se puede tener esa “sensación especial” prácticamente con cualquiera que nos parezca medianamente atractivo, pues no son más que sustancias producidas por nuestras glándulas cuando percibimos algo que nos atrae de alguien; difícilmente será para siempre, puesto que (casi) todos estamos cambiando todo el tiempo, convirtiéndonos en diferentes personas y frecuentemente avanzando en direcciones distintas; los niños son un problemón, como duendecillos que convierten el dinero en caca y desvelos; los problemas deben resolverse, a veces con dinero, a veces comunicándose de manera verbal, no telepática, y a veces con sexo; pensar y analizar lo que sentimos, generalmente ayuda; todos estamos rotos por dentro y locos de alguna manera, pero hay que admirar las virtudes del otro, ayudarle a ver y superar sus defectos y heridas, y aceptar su ayuda para superar los propios; y la compatibilidad no es un requisito para el amor, sino un producto del mismo, del trabajo diario.

Bueno, ¿y qué sé yo del amor? ¿Qué credenciales tengo? Nada, ninguna. Soy un humano más que sólo sabe lo que ha vivido en su realidad, pero observo al mundo y sus dinámicas; observo a las innumerables parejas que se casan y no viven felices para siempre, sino felices por tres meses e infelices por un par de años, antes de separarse, por haber aceptado un paquete de reglas genéricas llamadas matrimonio y que deben respetar por el resto de sus vidas sin necesariamente estar de acuerdo con todas; que jamás se esperaron que vivir con su novio o novia de tantos años pudiera convertirse en tal infierno; que ni idea tenían de que las toallas tiradas en el suelo del baño serían un problema tan grande; que tienen hijos para ver si así “salvan” su matrimonio, creando hogares disfuncionales e hijos rotos que crecerán y formarán más hogares disfuncionales con otras personas rotas. Creo que las altas expectativas que nos crea el amor romántico les hacen mucho daño a las parejas, a las personas, al mundo. Y el 14 de febrero es como la celebración de todo eso que hace tanto daño. Una fiesta del romanticismo, de lo dañino e irracional.

Me extraña. En otros aspectos, somos sumamente metódicos y racionales. Por ejemplo, jamás confiaríamos en que una persona cualquiera nos defienda de un caso de homicidio accidental sólo porque intuimos que podría hacerlo, porque “siento que es la persona correcta para defenderme”. Le pedimos que, al menos, nos demuestre que tiene un título de abogado, especialidad en derecho penal, y palancas en la fiscalía del estado. Pero con el amor romántico, no nos la pensamos dos veces en decir, “tiene buena nalga, gracia y más o menos buena conversación... además hubo sentimiento especial, creo que es buena idea enamorarme perdidamente, a ver qué pasa.” El romanticismo nos hace tomar decisiones equivocadas básicamente porque estar enamorado bajo esos términos equivale a comprar una versión de amor ofertada por Disney; a dejar de lado la razón y volverse imbécil por voluntad propia. Creo que todos hemos estado ahí, y todos estamos de acuerdo en que no está tan chido ser imbécil.

Aunque por otro lado, Disney avala el abuso sexual. Interesante.

Es por eso que propongo que nos olvidemos de San Valentín y toda su parafernalia cursi y contaminante. No tenemos por qué deshacernos de las cosas buenas, como regalarnos chocolates y follar. Podríamos, por ejemplo, convertirlo en el Día de la Concientización de la Histeria Colectiva y el Cacao, y realizar actividades como platicar con nuestra pareja de un tema jamás hablado antes, o regalarle una lista de todos nuestros traumas y locuras para que al menos tenga idea de dónde se metió, o sembrar árboles de cacao en los parques. Además de regalarnos chocolates y follar. Por un mundo menos roto.

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