lunes, 12 de marzo de 2012

Ruta de Evacuación

Si estás leyendo esto, lo más probable es que lo hagas en horario de oficina. No todo es trabajo, ¿cierto? También están los breaks para navegar en internet, subir a facebook las fotos de tu comida y leer tonterías como ésta. Es parte de los privilegios de que gozas por tanto esfuerzo que has realizado preparándote. Y si trabajas para una transnacional o una empresa grande, también están los simulacros de evacuación, esos recesos involuntarios que deberían llegar como caídos del cielo, de no ser porque invariablemente se les ocurre hacerlos cuando más trabajo tiene uno.

La cosa es que, creo que por ley (repito: Creo. Porque en realidad lo único que sé sobre leyes es que no debo orinar, beber alcohol ni follar en la calle) tienen que realizarse esos simulacros, así como marcar las rutas de evacuación de manera que ni la persona más estúpida del mundo falle en encontrar la salida en caso de emergencia.

Usted está aquí. Si estira su brazo derecho puede tocar la puerta de la salida de emergencia. También es la única salida de este cuarto de cinco metros por cuatro.

 Hay otro tipo de evacuación: Una que se da en pequeños cuartos especiales que, en las empresas, por lo general tienen un par de utensilios llamados "retretes" por cada trescientos empleados, aproximadamente.

Durante mi estancia en varias de estas paradisíacas instalaciones corporativas, he notado una marcada y triste tendencia en las costumbres evacuatorias de la gente: El hecho de utilizar el retrete es causa de sentimientos negativos en ellos; sentimientos que van del asco a la vergüenza.

¿O a poco jamás te ha tocado como vecino de retrete alguien con diarrea, que evidentemente está muriéndose por sacar todo lo que trae con un estruendo impresionante, pero que se reprime y lo saca en pequeñas dosis sólo porque tú estás escuchando? Claro que, para que esto suceda, él tuvo que estar ahí desde antes que tú; porque si entra y tú estás a la vista, invariablemente se da la siguiente escena:


También seguramente conoces el caso del tímido que, a pesar de haber hecho todo ni tan sonoro ni tan apestoso, se avergüenza de que alguien lo vea salir del retrete. Por lo regular, se espera el tiempo necesario ahí sentado, sin hacer nada, hasta que el baño esté desierto para salir a lavarse las manos, con tal de que nadie lo vea.

Este juego de golf fue diseñado justamente para ellos.

O como los más radicales, y afortunadamente no hay muchos de ellos, que de plano se niegan rotundamente a hacer uso de los retretes en el trabajo, por puro y simple asco.

Sólo puedo hablar por los hombres, claro está; jamás he hecho uso de un baño de mujeres en la oficina. Excepto cuando estuve en un edificio en el que cuarenta hombres y dos mujeres compartíamos dos baños para cada género, y entonces nos vimos obligados a quitarle la falda a la monita de uno de los baños y convertirlo en baño de hombres provisional, porque no nos dábamos abasto.

Por suerte no vivimos en Japón, donde cambiar de género a los monitos de la puerta del baño es mucho más complicado.


El punto es que nunca he tenido como vecina de retrete a una mujer desconocida, y para poder hacerme una idea de sus costumbres necesitaría no a una, sino a una muestra completa y cuidadosamente seleccionada de ellas. Me gusta suponer que el hecho de que ellas de cualquier forma deben sentarse en el retrete para orinar, las desinhibe un poco a la hora de la verdad. Pero es algo que tal vez jamás averigüe.

Y yo me pregunto, ¿tiene sentido todo esto? ¿En verdad existe algo vergonzoso o asqueroso en mandar troncos al aserradero desde la oficina? En lo particular, disfruto mucho de los placeres derivados de una necesidad fisiológica satisfecha, como comer, dormir, tener sexo y columpiar el tamarindo.

Es cierto, huele mal y a veces es ruidoso, pero todos tenemos que hacerlo. Y todos (o casi) tenemos que trabajar también, así que hacerlo en el trabajo es lo más natural del mundo. ¿En qué momento dejamos esa costumbre de pasar de lo abstracto a lo concreto mientras socializábamos, para convertirla en una actividad para la cual escondemos la cara?

Y entonces el árbitro marcó penalty en contra de Maximus, "El Español". Fue un robo descarado.

Los romanos sí que sabían cómo hacerlo. Estúpida Edad Media que terminaste con tanta herencia cultural de la Antigüedad. Incluyendo nuestro gusto por cagar pública y orgullosamente.