martes, 25 de septiembre de 2012

Perro que no sale a la calle, no encuentra hueso

Vivo en una colonia de contrastes. Si uno camina una cuadra desde los multifamiliares donde vivo, se topa con casas grandes y lujosas; y entre esas casonas, de repente se encuentra uno con terrenos baldíos donde vive gente en cobertizos. Me agrada esta diversidad, porque me ayuda a ver las ventajas que tiene cada tipo de vivienda: Las casas grandes tienen patio, y algunas alberca; en los departamentos como el mío, no tenemos banqueta para barrer cada mañana; y a los cobertizos de baldío, no llegan los testigos de Jehová.

Fue de uno de estos baldíos habitados de donde un buen día salió Junkie. Iba yo rumbo a la oficina, por mi camino de diario, cuando el poodle cruzado con callejero, sucio y descuidado, me empezó a seguir, así, sin más. Las primeras dos cuadras se me hizo curioso. Cuando cruzó hábilmente la primera avenida con tal de seguirme, comencé a sospechar de sus intenciones.


Tengo hambre y seguramente con este flacucho huesos de pollo sí puedo.
Traté de espantarlo para que regresara a su hogar, sin éxito. Entonces recurrí a Ruperto, el viejo border collie que diario está ahí sacando su cabeza a través del cancel de una casa, mirando nostálgicamente hacia el exterior, y que es mi "amigo de pasada": Paso a diario por ahí, le doy unas palmadas en su cabeza, y él me lame la mano. Pero Ruperto es demasiado amigable como para espantar a nadie, y el perrito siguió tras de mí, así que entonces procedí a seguir mi costumbre de inventarme nombres para las mascotas ajenas, y lo llamé Junkie, por tener ese aire despreocupado de quienes consumen drogas suaves regularmente.

Contrario a los que consumen drogas fuertes.
Junkie me siguió un total de tres kilómetros, hasta la puerta de mi oficina. Entré, sin dejar que me siguiera más, y jamás volví a saber de él. Aún me pregunto qué fue de su vida. Cada que paso por el cobertizo de donde salió, volteo con cierta esperanza de verlo nuevamente, pero es evidente que jamás regresó. Tal vez encontró otro hogar; tal vez continuó siguiendo a gente extraña y ahora ya anda por Tijuana, buscando la manera de cruzar la frontera; tal vez se perdió buscando el camino de regreso, o tal vez murió atropellado.

Sentiría algo de culpa, de no ser porque estoy seguro de que, de una manera u otra, es (o fue) feliz. Él era un perro libre, y contrario a los humanos, creo que los perros verdaderamente disfrutan de su libertad.

Dos cosas son mi máximo: Andar en moto, y poder decirles "súbete, perra" sin que se ofendan.
Y es que la libertad en términos caninos es meramente física. Ruperto, por ejemplo, es un prisionero. Seguramente no le falta nada: La casa donde vive es grande y se ve que sus amos tienen dinero suficiente para alimentarlo bien, y con suerte también disponen del suficiente tiempo libre para sacarlo diario a pasear (con correa, por supuesto); vamos, quizá hasta lo lleven al campo de cuando en cuando. Pero si algún día lograra saltar la cerca hacia la calle, lo cual parece estar añorando todo el tiempo, sus amos seguramente saldrían de inmediato a buscarlo; y de no encontrarlo, pegarían carteles con su foto (y con su nombre real, que seguramente no es Ruperto); y jamás les pasará por la cabeza el que, tal vez si lo hubieran dejado conocer la colonia libremente, no se habría perdido, en primer lugar.

Junkie está en el extremo opuesto: Sucio y descuidado, no tan bien alimentado (aunque seguramente en la basura de los vecinos ricachones encuentra cosas suculentas), pero libre de ir y venir a su antojo, al grado de poder seguir al primer extraño con buena vibra (o con olor a gato, aún no decido qué le atrajo de mí) que pase por ahí, y capaz de adaptarse y sobrevivir en un nuevo entorno en caso de perderse y no poder regresar. Creo sinceramente que un perro como Junkie es más feliz que uno como Ruperto.

En cambio, en los humanos la libertad representa un estado tanto físico como de conciencia. Y por lo general, tendemos a huir de ella. Más específicamente, tendemos a buscar las cosas que nos privan de nuestra libertad.

Buscamos creencias dogmáticas que nos privan de nuestra libertad de pensamiento. Religiones que nos dan respuestas fáciles y prefabricadas a los grandes cuestionamientos, para ahorrarnos la fatiga de buscar la verdad por cuenta propia. Mejor aún, hay tantas religiones que hasta parece tienda de autoservicio: Sólo es cuestión de encontrar tu marca favorita y comprarla.

Buscamos sistemas económico-políticos que nos privan de nuestra libertad de decisión y de expresión. Nos prometen seguridad y estabilidad a cambio de nuestras libertades, y nosotros aceptamos, gustosos.

Buscamos relaciones de pareja que nos privan de nuestra libertad personal. ¿Cuánta gente se queja de que su pareja le llama a toda hora, quiere saber siempre dónde y con quién está, e incluso cuando está con ella le revisa el teléfono? ¿Cuántos comparten sus contraseñas de correo electrónico, redes sociales y demás, por complacer al otro? ¿Por qué siguen ahí, tolerando tal comportamiento?

Elige: Tu vida, o la de la zorra ésa a la que le gusta tu foto.
¿Por qué no sólo toleramos, sino que activamente buscamos todo esto? ¿Por qué preferimos ser controlados a ser libres?

Mi hipótesis: Por miedo. Una libertad total, de cualquier índole, puede llevarnos a donde sea, a lo más alto o a lo más bajo, y ambas posibilidades nos aterran. El miedo a lo desconocido puede más que la esperanza de que lo desconocido sea mucho mejor a lo que tenemos. Más aún, la mayoría de las veces, ser libre significa estar solo, lo cual también puede ser aterrador, especialmente si ni tú te soportas.

Resultado: Preferimos la certeza de una religión, la "tranquilidad" de un gobierno opresor, la estabilidad de un trabajo odioso pero seguro y medianamente remunerado, la compañía de un/a peor es nada, y en general, una felicidad sujeta a la adquisición de bienes y a la aprobación ajena. Queremos "libertad" sin realmente quererla. Y en ese gris y múltiple cautiverio se nos va la vida completa. Como perro de azotea.

Mi difunta abuela solía decir que "perro que no sale a la calle, no encuentra hueso". Junkie está de acuerdo con ella, y estoy seguro de que es feliz. Yo digo que deberíamos intentar ser más como él.